viernes, 20 de abril de 2007

Inmigración y diálogo entre culturas

Inmigración y diálogo entre culturas
Situación en España. Equipo de apoyo a portavoz europeo.
Abril 07

Al 31 de diciembre de 2006, existen en España 3.021.808 extranjeros con tarjeta de residencia en vigor, lo que implica un incremento un 10´33 % respecto al año anterior, y a finales del 2005 el número de inmigrantes irregulares empadronados, superaba ya el millón de personas. España es un país con una población extranjera superior al 10 %. De esta población extranjera más un 71 % tienen procedencia extracomunitaria, siendo el 16 % del total marroquíes, seguido por un 13 % de ecuatorianos. Este proceso de cambio en el paisaje humano, se ha producido en un tiempo relativamente corto, poniendo en intimo contacto a grupos humanos de distintas sensibilidades, culturas y religiones en un mismo espacio social. Al mismo tiempo conflictos más generales derivados de la globalización y de los choques entre los fundamentalismos económicos y religiosos de distinto tipo tienen su correlato en la sociedad española produciendo una situación compleja que demanda respuestas nuevas para todos.

Sin embargo, las respuestas que hoy se están dando no van a la raíz del conflicto, que es la dirección equivocada de un modelo economicista, violento e inhumano.
Por el contrario, se dictan leyes restrictivas que buscan cerrar fronteras y consagran la discriminación dividiendo a la gente en ciudadanos (con derechos), residentes (con algunos derechos) e “irregulares” (desprotegidos).
Las leyes de extranjería pretenden alejar el problema reglamentando la contratación en origen y penalizando la contratación de inmigrantes irregulares en suelo español. El resultado es la generación de grandes bolsas de inmigrantes sin papeles sometidos a situaciones de explotación y degradación de todo tipo. Regularizaciones ocasionales, parciales y realizadas por coyunturas políticas no alcanzan a resolver este problema, que ha seguido creciendo.

En este marco de desigualdad (re-presentación internalizada de la desigualdad internacional, de la que España es también corresponsable) se juega la relación entre las culturas que conviven en nuestro país. El discurso oficial y bienpensante de la “buena relación entre culturas” no alcanza a esconder que millones de inmigrantes son tratados con hipocresía por una sociedad que explota su mano de obra mientras les niega derechos elementales como el derecho al voto.

A la incoherencia y falta de visión de las instituciones se suma la irresponsabilidad (cuando no la mala fe) de muchos medios de comunicación que ya venían acercando demagógicamente los conceptos de inmigración y delincuencia. Con tal de vender fantasmas ahora no dudan en unir a esa imagen de “peligroso inmigrante” la cualidad de “posible terrorista”, sembrando en el interior de la conciencia social el temor y la sospecha. Están aun por medir las consecuencias ( y las responsabilidades) de esta forma de violencia “mediática”.

El contexto de violencia creciente (explotación, discriminación, el eco de conflictos sangrantes no lejanos que nos golpean dolorosamente cada día, etc.) coloca a todas y cada una de las culturas que conviven en nuestro país en un dilema:
- Por un lado sentimos la tentación de radicalizarnos en nuestro interior por temor o por resentimiento.
- Por otro lado experimentamos la profunda necesidad de encontrarnos y aprender a construir un mundo nuevo
Es cierto que los medios consideran más “real” un atentado, o una agresión racista que millares de actos de amistad o de amor que nacen todos los días entre gente de distinta mirada o procedencia. Tampoco les parece significativo que miles de ancianos estén encontrando al final de sus días el cuidado y la calidez de gente formada en otros paisajes. Mucho menos evidente se les presenta el hecho de que el lenguaje desde el que se expresan y la cultura de la que se consideran defensores son producto del entrecruzamiento fecundo de otras culturas que consiguieron encontrarse tiempo atrás.
Sin embargo, allí donde las autoridades cierran, o donde los medios distorsionan, mucha gente de espíritu valiente abre las puertas, porque la necesidad mueve grandes fuerzas.

En todo caso, el mundo que conocemos está cambiando aceleradamente y, en lo que hace al diálogo entre culturas (así como en los otros temas de preocupación) también nos encontramos en una encrucijada sin punto medio: Paz (Diálogo) creciente o destrucción creciente.

Por eso exigimos hoy derogar las leyes de extranjería, que consagran la discriminación e invitamos a fortalecer todo punto de encuentro entre culturas y creencias.
Es necesario denunciar toda forma de violencia y discriminación y sumar a las culturas en la tarea conjunta de superar la desigualdad, la violencia económica, sicológica y otras.
Es necesario denunciar la falsa cooperación al desarrollo, basado en negocios asimétricos que ahondan la pobreza y dependencia de los así “ayudados”. Sabemos que la verdadera cooperación pasa por compartir tecnología, a pesar de los intereses de las grandes corporaciones.

La comunicación entre culturas se da en la lucha por superar la violencia que nos separa. El diálogo entre culturas, así como la comunicación entre las personas debe aportar conciencia de los verdaderos problemas, lucidez y energía libre para cambiar las cosas.

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